Pasó el tiempo casi fugaz entre aquellos pobladores que hicieron de este paraje un próspero destino turístico. Llegaron inversiones, gente “nueva” y la tecnología, pero aquellas familias que forjaron este destino, van quedando en el olvido.
Eran años difíciles aquellos que hicieron de las familias pioneras arraigar aún más sus raíces cuanto más sacrificada era la situación, entre el esfuerzo de los quehaceres diarios y las privaciones de un aislamiento obligado, teniendo solo al bosque como testigo silencioso.
Eran otros tiempos, sin tanta prisa innecesaria, los verdaderos tiempos que el hombre necesita para disfrutar de las cosas simples que hoy pasan casi inadvertidas.
Por aquellos años a la escuela se iba en verano, el invierno era muy duro, mucho frío y nieve, cuando realmente nevaba. Por eso los niños de distintos parajes llegaban a caballo o simplemente caminado hasta esa casilla de madera con piso de tierra que le llamaban “escuela de frontera”. El placer al llegar era poder calentarse los pies mojados junto al tacho con leña, aunque el olor a humo impregnara toda la ropa, pero eso poco importaba.
Nada era sencillo, ni siquiera ir de compras cada dos o tres meses al vecino pueblo de Bariloche, más de cinco horas para llegar por un camino que se cortaba más que seguido con el rebalse de los arroyos, y lo habitual era quedarse y pegar la vuelta recién al otro día, con suerte.
Probaron de todo, sembraron trigo, avena, frutales, tuvieron animales, dulces, aserraderos, pero nunca fue suficiente para justificar tanto esfuerzo o lograr una diferencia para salir de una fina línea que los rozaba con una digna pobreza.
Después llegó lo que llegó, entre la moda del turismo, las inversiones, la tecnología, “gente nueva” que fue tomando las riendas, y aquellas familias pioneras fueron perdiendo su voz, porque nunca fueron de alzar la voz, como lo hace la gente de bien.
Vale la pena que, al menos algún día, vuelvan a “ser noticia”, porque sus raíces siguen intactas, casi en silencio, mientras sus anécdotas corren de voz en voz entre quienes aún hoy comparten unos mates junto a la cocina de leña.
A veces, entre tanta vorágine de noticias de denuncias, escándalos, airados reclamos por los pozos en una calle o por un corte de luz de dos horas, es necesario que volvamos la mirada a quienes hicieron realidad ese sueño de aquellos primeros pobladores del aislado paraje Correntoso, hoy mucho más conocido como Villa la Angostura.
No pocas veces la indiferencia u el olvido hacen que se diluya en el tiempo lo más esencial, nada menos que la identidad de un pueblo.
Yayo de Mendieta